Hubo un tiempo en que mi búsqueda era distinta.

Perseguía el oro, como tantos otros. Lo buscaba en tierras lejanas, en fórmulas antiguas, en mapas secretos.

Hasta que un día, cansado de vaciar mis manos en cada intento, descubrí que la verdadera riqueza no tiene brillo ni peso. No se guarda en cofres. La verdadera riqueza está en el primer sorbo de un café intenso, en el perfume de un hongo recién recolectado, en el color de un aceite brillando al sol, en el sabor de un ingrediente que no necesita adornos para ser inolvidable.

Dejé atrás los metales preciosos. Y me dediqué a otra alquimia: la de transformar ingredientes reales en experiencias memorables.

Desde entonces, recorro mercados, bosques, talleres y cosechas. Me rodeo de cómplices que, como yo, creen que la calidad no se improvisa. Que lo simple, cuando es auténtico, puede ser extraordinario.

Así nació esta alacena: un refugio, un mapa, un espacio para compartir los tesoros que fui encontrando.

No hay pócimas ni hechizos. Solo conocimiento, esfuerzo y respeto por lo que vale la pena.

Porque cuando un sabor es verdadero, se transforma en algo más que sabor.

Se convierte en un momento inolvidable, sobre todo cuando lo compartimos con quienes más queremos.

                                                                                                                                                            El alquimista.